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La importancia de la corbata

El director de la oficina del banco en el que tengo mis cuatro euros, contados, es un raro espécimen entre la selva de mercenarios con los que cuentan las organizaciones bancarias en estos momentos.

Frisará la cincuentena, persona hecha a sí mismo, entró de Auxiliar hace ya muchos años, habiendo ido ascendiendo a base de trabajo, esfuerzo y robándole horas al sueño para no quedarse relegado por los jóvenes ejecutivos dinámicos y agresivos que copan todos los puestos de mandos intermedios en esa empresa.

Mantiene la actitud sacramental de anteponer el cliente a la pantalla del ordenador, conoce la vida y milagros de todos ellos, sus posiciones con él y en la competencia, y debe ser muy bueno y obtener excelentes resultados cuando todavía lo mantienen en el mismo puesto y cobra, sin problemas, el incentivo trimestral que su Dirección General tiene establecido.

Un día, hace ya tiempo, llegué a su despacho y me recibió sin corbata. Bastó una sola mirada para que supiera la pregunta que rondaba mi cabeza y me dijo: Son órdenes superiores, nuevos tiempos, todos somos iguales, pero por la parte de abajo, socialicemos la banca, demos aspecto de obreros para que todos los clientes se crean igual de importantes, sin distinción entre quien vive de la caridad gubernamental y quien aporta el dinero para poder ejercer esa caridad, porque el verdaderamente importante lo que quiere es un buen asesoramiento para atender sus empresas y engrandecer su negocio.

No se si es casualidad o causalidad, pero desde entonces la acción ha perdido dos tercios de su cotización en Bolsa, y yo me he confeccionado unos vales personales mediante los que dejo de propina varias acciones en aquellos restaurantes y servicios con los que quedo satisfecho.

El más mentiroso de los presidentes de Gobierno en la historia de España -Negrín y Largo Caballero fueron unos felones como él, pero decían las cosas a la cara- ha anunciado delante de todos los medios de comunicación que se despoja de la corbata para ahorrar energía para, a continuación, ir desde la Moncloa al aeropuerto de Torrejón de Ardoz en un helicóptero, que consume en ese viaje más producto energético que mi coche en un mes, cuando por carretera, con la policía abriéndole paso, no tardaría más de veinte minutos en hacer ese trayecto. Tomen nota de lo dicho sobre el motivo de despojarse de la corbata y la próxima vez que vayan a llenar el depósito de su coche, quítensela y así contribuirán al ahorro energético español.

Claro que como todo buen falsario -haced lo que yo diga, pero no lo que yo haga- al día siguiente aparece en una reunión en Serbia con una magnífica corbata azul de seda.

Como es una persona que quiere tanto a los españoles, se ha preocupado y por lo tanto legislado para controlar la vida de todos nosotros: Se ha ocupado de que los golpistas catalanes hayan sido indultados; que no se pueda estudiar en español en esa parte de España llamada Cataluña; vota en contra de que la bandera española se ize en los ayuntamientos de Cataluña; va a cambiar el delito de sedición en el Código Penal para cuando los independentistas vuelvan a repetir otro golpe de estado; que consienta que en Baleares y en el Reino de Valencia se siga el mismo camino; que los etarras, con 854 asesinatos a sus espaldas, acaben en la calle en cualquier momento; que alguno de los suyos, que portó a hombros el féretro de socialistas asesinados por ETA, ahora pacten con quienes dicen ser gente de paz pero llevan en sus genes la diáspora etarra; que todo el mundo es corrupto menos sus acólitos andaluces que no se enteraron del destino de 680 millones de euros, de los cuales diez millones fueron a parar a una empresa de la hija de uno de ellos; que nunca más se supo, como si la oposición también estuviera en la misma situación, por qué se entregó el Sahara a Marruecos a título personal por parte del marido de quien ostentaba un cargo académico en una institución relacionada con ese país; que controla los medios de comunicación; que te dice lo que tienes o no que hacer; que se hace con el control de los más importantes organismos de análisis estadístico, la mayor empresa armamentística, de los servicios secretos, policiales y jurídicos, hasta llegar al Tribunal Constitucional para que sean favorables a sus intereses las sentencias pendientes sobre el aborto, la eutanasia, la nueva ley de educación, la reforma del poder judicial, y las próximas sobre la Ley de Memoria Democrática y sobre el nuevo impuesto, torticeramente retorcida la semántica del mismo, sobre las entidades bancarias y las empresas energéticas.

Mientras convertimos la corbata, con Franco y Putin, como el principal enemigo de la situación actual española, se recaudan más impuestos que nunca y se reciben más fondos europeos que nunca, la inflación está descontrolada, en cifras que nos devuelven al año 1984, el precio de los carburantes, de la luz (¿cuál será cuando todos los coches sean eléctricos y qué se hará con sus baterías cuando ya no sirvan?), el gas-ciudad, y su repercusión en los precios finales de venta de los productos, por los incrementos de los de fabricación y transporte, va a redundar en los salarios y en las pensiones y por tanto en una mayor desviación sobre los PGE que, a su vez, tendrán que financiarse con más Deuda, porque ¿alguien ha pensado en reducir las faraónicas estructuras de las administraciones locales, autonómicas o estatales? Eso nunca, que la política española actual está fundamentada en el trasvase de la riqueza de los que se esfuerzan y trabajan a los que no lo hacen y, lo que es peor, no piensan hacerlo nunca.

Los países, todos, están viviendo una ficción, financiándose a unos tipos fuera de mercado, porque ajustar la Deuda Pública a la inflación sería una suspensión de pagos con carácter mundial. ¿Saben a cuánto estaba el tipo de interés MIBOR, todavía no existía el Euribor, en el año 1984? Pues anduvo entre el 19,06% en enero al 13,59% en diciembre, y las hipotecas se pagaban a esos precios y las empresas se financiaban aún más caro, y los españoles éramos felices con Felipe González en el Gobierno, que aguantó varias huelgas generales porque no era tan dadivoso como los actuales, y puso a España en Europa, en dónde se oía su voz y se escuchaban sus razonamientos. Es la diferencia entre un estadista y un don nadie venido a más.

¿Cómo vamos a salir de la que está cayendo en estos momentos? No lo sé, pero lo que sí tengo claro es que la política económica actual no es la adecuada para ello.

Antonio CAMPOS