Prohibido prohibir
Desde que el hombre apareció como ser racional en lo que conocemos como nuestro planeta, siempre se ha impuesto el poderoso al pobre, el fuerte al débil, en cualquier forma y manera en la que se haya ejercido el gobierno, guerrero, militar, eclesiástico, civil, autócrata o demócrata, porque desde el poder establecido se controla, se castiga o se premia a quienes le acompañan en propagar sus ideas, las que sean, y mantenerse así en la cúspide del mando y de su egolatría.
Para ello y protegido bajo diferentes pátinas que disimulen el fondo de los hechos, una forma de coartar la libertad ha sido, y es, prohibir y/o censurar el aspecto artístico de obras de todo tipo contrarias a las ideas imperantes en cada momento de la historia, con argumentos puntuales de exhortación al odio, obviando que, siempre, esas obras serán un fiel y exacto testimonio de la época en las que su autor las realizó.
Hoy quiero centrarme en la literatura. No hace muchas fechas, la escritora Elvira Lindo publicaba un artículo en El País en el que decía: “Hace ya muchos años que la mirada castrante y sobreprotectora de algunos expertos condenó a las brujas a ser buenas, a los lobos a ser amables y al patito feo a no transformarse en cisne para que el lector no viera en ese final una inaceptable victoria de la belleza”. Todo ello porque la escritora Kim Sherwood, de 33 años, ha reescrito una novela de Jame Bond en la que el protagonista es un hombre negro y homosexual, más acorde con los tiempos presentes, en los que se pretende la supremacía de ciertos sectores y segmentos de la sociedad.
La quema de libros y los prohibidos por las religiones, principalmente la católica y la musulmana, se encuentran en todos los anales de la historia. Pero que la sociedad civil, en pleno siglo XXI, tenga necesidad de esconder la verdad histórica para hacer verdad la suya propia, es tener un miedo aterrador a que el ciudadano piense libremente y elija aquello que crea conveniente, sin tapujos, cortapisas ni aviesas intenciones que le impida ver más allá de lo que el poder quiere que vea. La lectura debe ser libre y propia de cada ser humano. Leer nos hace libres, nos enseña y nos permite conocer más del mundo en que vivimos.
Algunos libros prohibidos o censurados en su momento fueron: Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain. Los Miserables, de Victor Hugo. El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde. Justine, del Marqués de Sade. La Regenta, de Leopoldo Alas Clarín. Lolita, de Vladimir Nabokov. El diario de Anna Frank, de Anna Frank. Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll. Adiós a las armas, de Ernest Hemingway. El código Da Vinci, de Dan Brown. La Colmena, de Camilo José Cela. Ahora quieren prohibir un libro que ha vendido más de doscientos millones de ejemplares en todo el mundo, Cuentos en verso para niños perversos, de Roald Dahl, en el que con el travieso ingenio de un lobo feroz, el autor reinventa seis de sus cuentos favoritos: Blancanieves era la jefa de una banda de enanos apostadores; Caperucita coleccionaba abrigos de piel de lobo; y el lobo feroz pretendía hacer volar la casa de los tres cerditos con dinamita. En igual despropósito, la editorial propietaria de los derechos de Agatha Christie ha elegido una comisión de “lectores sensibles” para eliminar y modificar referencias étnicas y descripciones físicas de los personajes de sus novelas.
Y así podíamos seguir hasta miles de obras literarias. Las últimas, prohibidas recientemente en Estados Unidos, son:
Ojos azules, de Toni Morrison. En esta extraordinaria novela, la ganadora del Premio Nobel de Literatura 1993, Toni Morrison, nos habla sobre temas tan crudos como el canon de belleza blanca que se impone sobre las mujeres negras, los traumas de la infancia y el contraste de realidades a través de la historia de una niña negra.
Beloved, de Toni Morrison. Inspirada en la vida real de una esclava afroamericana llamada Margaret Garner que escapó al estado libre de Ohio huyendo de su cruel destino y que tuvo que sacrificar a su propia hija para librarla de una vida condenada al cautiverio.
Niña morena sueña, de Jacqueline Woodson. La vida de una niña afroamericana entre los vestigios de la segregación y el avance en derechos sociales contada a través de unos poemas en los que se muestra su afán por encontrar su lugar en el mundo.
Marcados al nacer, de Ibram X Kendi. Recorrido por la historia de Estados Unidos para entender con más profundidad cómo se institucionaliza el racismo y por qué es tan difícil desecharlo del propio sistema.
Fun home: Una familia tragicómica, de Alison Bechdel. Un relato desolador sobre lo solitaria que puede llegar a ser la lucha por encontrar nuestro lugar en el mundo. El padre de Alison –la protagonista de esta historia– ha ocultado toda su vida el hecho de ser homosexual, lo que refleja una realidad que muchos parecen no querer ver y que pretenden que se siga ocultando.
En esta sociedad, a la vez puritana que drogadicta y de putiferio, en la que no hay que prohibir nada, basta con penalizar monetaria y judicialmente a quien escriba o diga algo contrario a lo que establece el poder imperante, yo voy a reescribir un libro, sí señor, ya he comprado todo lo necesario en la tienda de la esquina porque en estas nuevas “ciudades de quince minutos”, no voy a poder ir a la Plaza de Cervantes hasta que me paseen a hombros en la caja de pino.
Así que he hecho un guion con el argumento: Es la historia en la que un hidalgo, es decir, un noble arruinado -justo precio a su nobleza- con razón fija discontinua por haber leído muchos libros -bien empleado lo tiene por ello- contrata sin dar de alta en la Seguridad Social y sin pagarle soldada -maldito capitalista de mierda- a un trabajador con sobrecarga ponderal -él hubiera dicho que gordo- y en un caballo desgarbado y hambriento -por lo cual también es un maltratador de animales- salen al campo a hacer el bien a todas las personas con quien se encuentran, y liberan a unos presos oprimidos que frecuentaban la fornicación y el robo porque eran los principios y cultura en la que se habían educado.
El hidalgo está enamorado de una aldeana feminista fundamentalista, defensora del bien común, tan común que se ha construido una quintería particular en terrenos comunes que el alcalde de su pueblo tenía destinados a construir un albergue de peregrinos pobres, haraposos y hambrientos, que tiene una amiga con una duda existencial, no sabe qué es en realidad, si agénero, andrógino, antrosexual, arromántico, asexual, berdache, bigénero, birromántico, bisexual, demisexual, female to male, gay, género fluido, grisexual, heterosexual, hombre transexual, homorromántico, homosexual, intergénero, intersexual, lesbiana, mujer transexual, neutrosis, no-binario, non-conforming, omnisexual, pangénero, panromántico, pansexual, poliamoroso, poligénero, polisexual, queer, skoliosexual, transfemenino, transmasculino o trigénero. Sus paisanos la llaman la tonta del pueblo porque en esos años siempre había una, y sola una, tonta o tonto, por pueblo.
Un día se topan con unos molinos de viento, que resulta están llenos de okupas y aunque deciden atacarlos, son repelidos por la policía, que cumple con las leyes vigentes y que había instalado unas aspas gigantes que no les permitían acercarse a ellos.
Y también intervienen más personajes, todos ellos gente de pueblo, buenas personas, no intoxicados por la lectura de libros prohibidos porque ninguno sabía leer ni escribir, menos uno, el cirujano-barbero que era el que con su cuchilla de afeitar hacía la fimosis a los gañanes o transformaba en mujeres a los hombres que no querían ir a luchar a la guerra.
Pero hay que reconocer que el hidalgo este era un dictador, porque nombra gobernador de una ínsula a su obrero, sin consultar a nadie en su pueblo ni hacer votaciones, referéndum ni amnistías, no como en ese otro país a cuya playa llega y unos amigos disfrazados le gastan una broma dándole una paliza.
Desengañado por no haber podido acabar con el hambre en el mundo ni liberar al mayor número posible de delincuentes, vuelve a su pueblo muy enfermo y, justo antes de morir, recuerda que, aunque es de La Mancha, no mancha a nadie, más de cuatro quisieran tener su sangre. Y aquí acaba la novela.
Antonio CAMPOS