Democracia imperfecta
Con “el innombrable” vivíamos en una democracia “orgánica”; ahora vivimos en una democracia en la que una sola mano, el poder ejecutivo, pretende, porque está convencido de ello, controlar el poder legislativo y el poder judicial, que son los pilares que sustentan una democracia, por lo que podría catalogarse de “imperfecta”. Cuando a la democracia hay que añadirle algún adjetivo, malo, muy malo, no es democracia, es dictadura que se enmascara con una pátina de amarillo gubernamental para que parezca democracia.
El presidente de la Generalitat de Cataluña, Pere Aragonés, ha exigido a Pedro Sánchez que controle al aparato judicial tras la detención de Puigdemont en Italia y las actuaciones de la judicatura española contra el independentismo si quiere dar continuidad a la mesa de diálogo, cuyo objetivo final, lo ha dicho claramente, es “culminar la independencia” con un referéndum de autodeterminación en el que “pondré todos mis esfuerzos por el sí”, porque el Gobierno de Pedro Sánchez “depende de nuestros votos” en el Congreso. “En caso de que el Estado no se lo tome en serio o no sea capaz de controlar a sus aparatos y siga la persecución contra el movimiento independentista, más razones acumularemos nosotros ante la comunidad internacional”, ha concluido.

Cuatro cosas han quedado muy claras con lo dicho por el Sr. Aragonés, nieto de un alcalde de Alianza Popular, empresario hotelero y textil, que amasó una gran fortuna durante el régimen franquista.
- La constitución no tiene ningún valor para él ni para sus seguidores, transgrediéndola en el fondo y en la forma, y nadie dice nada sobre ello.
- Se cree el dueño de un cortijo de finales del siglo XIX, en dónde el señorito hacía lo que le venía en gana sin dar explicaciones a nadie. El presidente puede dar instrucciones y controlar al poder judicial como si España fuera una república bananera, que parece es lo que él pretende hacer si algún día consiguiera la independencia de Cataluña.
- Pedro Sánchez dijo en el Congreso de Diputados que “no habrá referéndum de autodeterminación …..” Conociendo al personaje y la mentira permanente en la que está establecido, la trampa está en la expresión “referéndum de autodeterminación”. No hace falta tal consulta si la Generalitat organiza una o varias votaciones, sin que sean legalmente vinculantes, preguntando sobre la independencia con una frase retorcida gramaticalmente, con censos a la medida y sin control democrático, para que el resultado sea “el sentir del pueblo catalán” y sirva de justificación, con apariencia de mayoría en las urnas, para tomar la calle y reclamar o volver a proclamar la república catalana en nombre del pueblo.
Un prestigioso militar de inteligencia de las Fuerzas Armadas, el General de Brigada de Infantería Juan Bautista Sánchez Gamboa, ha escrito no hace muchos días: “Nuestro presidente Sánchez se reúne con el presidente de la Generalidad catalana en una mesa de diálogo en la que se negocia entre el Gobierno de la nación y el Gobierno regional. De unos sabemos qué quieren: autodeterminación y amnistía. De los otros no sabemos apenas sobre qué quieren dialogar. ¿Quieren retirarse de Cataluña y están dispuestos a pagar por ello?”
- La definición de “falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener” o “delito cometido por civil o militar que atenta contra la seguridad de la patria”, sería aplicable a quien eso permitiera, facilitara o no pusiera los medios necesarios para evitarlo. Académicamente, el nombre es traición.
Todo ello porque un juez justo, ecuánime y juicioso, Pablo Llarena, insiste en reclamar a la justicia italiana y europea la detención y puesta a disposición de la justicia española del fugado secesionista catalán Puigdemont, que sigue reivindicando la confrontación frente al diálogo: “Hay un camino de confrontación que derrota a España”.
“Somos millones los catalanes que queremos hacer de las urnas y las papeletas la herramienta con la que resolver cualquier discrepancia”, repite hasta la saciedad, sabiendo que hoy en día su democracia no está en votar, sino en contar los votos, a la vez que mantiene fieles seguidores dispuestos a enfrentamientos bélicos contra España, hasta 50.000 muertos dicen que podrían permitirse para conseguir su objetivo, y siendo conscientes que Europa no permitiría que fuese España quien iniciase las hostilidades.
Ellos continúan de fracaso en fracaso hasta la victoria final que, parece, conseguirán de una u otra forma a cambio de que el ególatra de Pedro Sánchez siga ayuntando en la Moncloa, en ese colchón que cambió como primer acto de Estado de su gobernanza.
La historia está a punto de repetirse. La independencia de los países latinoamericanos y el declive de España en América fue protagonizada, en su mayoría, por personajes masones. Traspongan aquellos hechos a la realidad actual, en la que hasta el Papa Francisco lleva al cuello una cruz demasiado explícita y contradictoria a aquella en la que murió Jesucristo.
Antonio CAMPOS