Mi nueva vida
Confieso que he estado equivocado durante muchos años. Nací pobre de solemnidad, en una corrala en la que la letrina estaba en un patio anejo a la vivienda y en la que el Marca hacía las veces de papel higiénico del momento.
Hijo de un trabajador incansable y de una madre ocupada todo el día en encender el fuego, limpiar la casa, lavar, planchar, preparar la comida, aún le sobraba faena para tener que remendar por la noche los calcetines del marido y de los hijos, utilizando un huevo de madera que se introducía en ellos y se cosían por fuera, trabajo muy delicado porque si no se realizaba bien, el cosido se clavaba en los pies cuando te los calzabas.
Fui un chaval espabilado, más que nada por necesidad, no mal estudiante, rebelde con causa, que se acentuó cuando hice el servicio militar en un regimiento de la España profunda al que destinaban los soldados de más nivel cultural, pero con ideas políticas contrarias al régimen imperante.
Trabajé mucho y logré situarme en una labor profesional en la que ganaba 2.500 euros mensuales. Y aquí es cuando se produjo mi milagro espiritual. Me di cuenta que entre lo que me retenían por impuestos de rendimiento del trabajo, de la seguridad social, que mis hijos no tenían becas de ningún tipo y tenía que pagar los colegios, los libros y resto de gastos inherentes a su educación, el alquiler de la vivienda, agua, luz e internet, al final me quedaban unos 600 euros mensuales para vivir.
Me comparé con quienes no trabajan y están subvencionados en todo y por todo, y llegué a la conclusión que estaba haciendo el tonto. Dejé el trabajo, me apunté al paro, cuando se acabó el paro me acogí a otras subvenciones, hago alguna chapucilla de cuando en cuando, por supuesto, sin pagar impuestos, di una patada a una puerta y ahora vivo de okupa, sin pagar alquiler, agua ni luz, no consiguen echarme de la vivienda porque un amiguete me apuntó a eso de “stop desahucios”, no pago ninguna multa porque soy insolvente y por lo tanto no me pueden embargar, y el dinero que tengo lo guardo en una caja de zapatos muy bien escondida en un sitio que solo yo conozco.
Así que este “puente” del Pilar he decidido actuar como la ultraizquierda política que me ha dado la buena situación que ahora tengo. Pese al confinamiento en Madrid, nuestro presidente del Gobierno, Sr. Sánchez, se ha ido a Portugal; el exministro Bono, a Panamá; las ministras Calvo, Calviño, Marisú Montero, Celaá y Robles; los ministros Ábalos, Campo, Marlaska, Castells e Illa; uno de los más imparciales presentadores televisivos, el Gran Wyoming; todos ellos, y ellas, han abandonado Madrid.
Con este ejemplo, yo también he salido de Madrid, igual que mis líderes del Gobierno, y he ido a comer opíparamente, como hacen mis líderes sindicales, siguiendo el patrón de mi líder podemita Pablo Iglesias de prosperar pasando de vivir en Vallecas a un chalet de un millón de euros, pagando en efectivo no vaya a ser que a algún inspector de Hacienda le dé por mirar mi no declaración, lo que puede impedirle revisar la de los Pujol, la de políticos que eran pobres de solemnidad y ahora son ricos, y la de todos aquellos que por los signos externos, su vida social no corresponde con los ingresos declarados.
Una vez de viaje, he pasado a Portugal, país hermano que cada día está más cerca del nivel de vida en España, y he comprado mascarillas, que parece es la panacea actual para el tema del coronavirus; allí se vende la caja de veinte mascarillas quirúrgicas a un precio total, impuestos incluidos, de 1,74 euros la caja, lo que me ha hecho pensar que algún camarada se está poniendo las botas, metafóricamente hablando, pues es de suponer que tendrá que estar regando el huerto para que crezca la hierba.
Y cuando he vuelto a casa he revisado la ley que dictó Doña Menda, Condesa de Cabra, sobre el confinamiento en la Comunidad Autónoma de Madrid. Me he dado cuenta que he cumplido con la ley, porque el artículo 5.1 está redactado por algún abogado de los que pasó curso sin aprobar todas las asignaturas, una sola palabra “EXCEPTO” cambia todo el texto legal, con lo que hay base más que suficiente para que sean nulas todas las multas que se están poniendo por saltarse la reclusión que, en teoría, el Gobierno ha decretado.
Esto es lo que hay. La España de “charanga y pandereta” de Antonio Machado, de la improvisación, de la hipocresía y apariencia de la novela picaresca, del vago y maleante, del fariseo que predica con la palabra, pero guarda el trigo en su silo, del que no se espera, como decía el periodista José María Garcia, “ni una mala palabra ni una buena acción”, de la España que nos ha tocado hoy vivir. Menos mal que nos queda Nadal.